Publicada en 1969 en Israel, El hombre perro una novela pionera en
tratar el tema del Holocausto con humor. Yoram Kaniuk, nacido en 1930 en Tel
Aviv, trabajó ayudando a descargar de los barcos a los supervivientes del
Holocausto, de donde extrajo las historias que más tarde le servirían para
escribir este libro. El hombre perro no
tuvo éxito hasta que se llevó en 1981 al teatro y, de hecho, fue duramente
criticada por introducir el elemento humorístico en el tratamiento literario
del Holocausto. No se tradujo al castellano hasta 2007, por Raquel García
Lozano, en Libros del Asteroide. En 2009, se estrenó en el Festival de Valladolid
la película basada en esta novela, dirigida por Peter Schrader.
A pesar de ser una obra escrita en
hebreo, hace constantes juegos con el alemán en el apellido de los personajes,
desde el del protagonista (Stein, piedra) hasta el de dos médicos que, uno en
el campo de concentración y el otro en el manicomio, podrían ser uno mismo: el
comandante Klein (pequeño) y el doctor Gross (grande). De hecho, el alemán se
considera “un idioma loco, maldito y maravilloso”, la lengua materna de los
personajes de la novela pero también la lengua en que les han oprimido y
asesinado.
La novela transcurre en dos tiempos que
son uno mismo: el presente, a finales de los años 60 en un manicomio en el
desierto del Néguev, y el pasado que nunca ha dejado de serlo: el Holocausto,
que revive en cada uno de los enfermos.
El hombre perro es Adán Stein,
importante empresario circense en Berlín antes del ascenso nazi y que,
progresivamente, lo ha ido perdiendo todo: primero su negocio (expropiado en
1941 al no ser él de raza aria), luego su familia y, cuando arranca la novela y
él ya vive en Israel, parece que también se ha perdido a sí mismo.
Adán es un hombre atractivo,
inteligente y culto. Ha cursado estudios universitarios y es políglota. Pudo
sobrevivir al Holocausto sirviendo al jefe del campo de concentración, Klein,
como perro y como payaso: como payaso, entreteniendo al resto de presos como si
estuviera en el circo, actuando también ante su mujer y su hija cuando se las
llevaban al crematorio; como perro, siendo compañero del perro del comandante,
Rex, y comiendo de la misma escudilla que él.
Víctima (y en cierto modo también
verdugo) durante el Holocausto, no piensa en nada de lo ocurrido, pero por las
noches sueña con lo que ha sucedido a lo largo de la historia al pueblo judío.
Adán se convierte en perro como Arturo Serrano-Plaja lo hizo también en su
exilio (en La mano de Dios pasa por este
perro, 1965), para increparle a ladridos a Dios por su triste destino.
Adán está en un manicomio, construido
para supervivientes del Holocausto, donde parece que los únicos cuerdos son los
enfermos, nuevos presos en un aséptico y lujoso campo de concentración. De
hecho, el número en el brazo permite a los pacientes del manicomio saberse
reales. Existen porque tienen una señal que atestigua su sufrimiento, su dolor,
y quien no tiene número en el brazo debe construirse, como Miles Davis, una
nueva identidad. El personal del manicomio se siente culpable porque ha vivido
siempre en Eretz-Israel, porque no estuvo en Europa durante el Holocausto. Son
ellos los auténticos locos: desde la enfermera, Gina, enamorada de Adán, mujer
fría e inflexible con el resto de enfermos pero que, por él, se salta todas las
normas, como hizo en Europa el comandante Klein, hasta el director del centro,
el doctor Gross, que es psiquiatra pero siempre quiso ser poeta.
En una esperpéntica marcha nocturna por
el desierto, en que veinte enfermos recrean el sufrimiento del pueblo judío de
los Salmos, Adán, a quien sus compañeros siempre han visto como un nuevo
Mesías, se acerca a una zarza ardiente, como nuevo Moisés, donde se encuentra
con el comandante Klein, que ha venido para que le mate. Luego reflexiona que
se le ha aparecido porque es Dios, “y eso es más triste que inexplicable”.