La Fundació Mercè Rodoreda recogió, en un volumen publicado en 2013 y editado por
Abraham Mohino i Balet, las entrevistas realizadas a la dama por
excelencia de las letras catalanas desde 1966 hasta su fallecimiento
en 1980.
Distintos periodistas
ofrecen su visión de esta mujer nacida en la Barcelona de la Semana
Trágica, escurridiza, delgada y pequeña, tímida, de cabellos
blancos (encanecidos prematuramente) y ojos azules, de mirada
infantil, aficionada al tabaco negro (“no me gusta fumar, sino
encender el cigarrillo”, confiesa a Josep Carles Rius en 1982),
bebedora ocasional de whisky, introvertida, vestida siempre de negro,
de mal carácter, de voz grave y ligeramente rota, temerosa de la
gente, aislada en su refugio de Romanyà de la Selva después de su
regreso a Catalunya tras su exilio ginebrino.
A Josep M. Pàmies (1980)
le confiesa: “Soy y siempre he sido una persona asocial. Recuerdo
que cuando era pequeña y llegaba gente a casa, cogía un libro y me
marchaba. Esto disgustaba a mi madre.” De su infancia, le gusta
hablar de su abuelo, “lletraferit”, que mandó hacer un monumento
a Jacint Verdaguer en el jardín de su casa, y que colgó en sus
muros versos de Aribau.
Sus
personajes son unos desengañados: sus novelas y relatos parten de un
principio feliz que se va resquebrajando. Los críticos
de Serra d'Or eligieron su
novela La plaça del diamant como
la mejor novela catalana de posguerra.
A Baltasar Porcel le
responde que sus personajes no son bobos, sino gente. “La gent
beneita m'esgarrifa. M'encanten, en canvi, els innocents.” Le
explica que se inspiró, para el jardín de los Valldaura de Mirall
trencat, en el jardín del
Marqués de Casa Brusi, cerca del cual ella vivía de pequeña,
destruido en 1936 al parcelarlo y ponerlo en venta sus herederos.
Junto a la escritora y
periodista Montserrat Roig, el lector descubre a una mujer triste,
llena de nostalgia, que reconoce el choque de regresar a Barcelona y
no reconocer sus calles y ver que los seres queridos están muertos o
en el exilio. Con ella camina por el parque de Monteroles, escenario
de Aloma, novela con fuerte carga
autobiográfica. La conexión con Montserrat Roig llega hasta el
punto de que Rodoreda asegura a Lluís Bonada (1975), que es a la
joven escritora catalana que ve con mayores posibilidades.
El
amplio abanico de entrevistas que ofrece el libro (recoge dos
televisadas, la del programa A fondo,
de Joaquín Soler Serrano, a quien estuvo dos años dando largas
porque le daba pánico aparecer en televisión, y una póstuma para
TV3, con Mercè Vilaret) permite al lector de Rodoreda conocer más a
fondo a esta personalidad frágil (o quizá no tanto) que supo plasmar, como
nadie, la ingenuidad y el desengaño en la ficción catalana de
posguerra.