blog de Rebeca Martín Gil

martes, 27 de mayo de 2014

Mercè Rodoreda - Entrevistes

La Fundació Mercè Rodoreda recogió, en un volumen publicado en 2013 y editado por Abraham Mohino i Balet, las entrevistas realizadas a la dama por excelencia de las letras catalanas desde 1966 hasta su fallecimiento en 1980.

Distintos periodistas ofrecen su visión de esta mujer nacida en la Barcelona de la Semana Trágica, escurridiza, delgada y pequeña, tímida, de cabellos blancos (encanecidos prematuramente) y ojos azules, de mirada infantil, aficionada al tabaco negro (“no me gusta fumar, sino encender el cigarrillo”, confiesa a Josep Carles Rius en 1982), bebedora ocasional de whisky, introvertida, vestida siempre de negro, de mal carácter, de voz grave y ligeramente rota, temerosa de la gente, aislada en su refugio de Romanyà de la Selva después de su regreso a Catalunya tras su exilio ginebrino.

A Josep M. Pàmies (1980) le confiesa: “Soy y siempre he sido una persona asocial. Recuerdo que cuando era pequeña y llegaba gente a casa, cogía un libro y me marchaba. Esto disgustaba a mi madre.” De su infancia, le gusta hablar de su abuelo, “lletraferit”, que mandó hacer un monumento a Jacint Verdaguer en el jardín de su casa, y que colgó en sus muros versos de Aribau.

Sus personajes son unos desengañados: sus novelas y relatos parten de un principio feliz que se va resquebrajando. Los críticos de Serra d'Or eligieron su novela La plaça del diamant como la mejor novela catalana de posguerra.

A Baltasar Porcel le responde que sus personajes no son bobos, sino gente. “La gent beneita m'esgarrifa. M'encanten, en canvi, els innocents.” Le explica que se inspiró, para el jardín de los Valldaura de Mirall trencat, en el jardín del Marqués de Casa Brusi, cerca del cual ella vivía de pequeña, destruido en 1936 al parcelarlo y ponerlo en venta sus herederos.
Junto a la escritora y periodista Montserrat Roig, el lector descubre a una mujer triste, llena de nostalgia, que reconoce el choque de regresar a Barcelona y no reconocer sus calles y ver que los seres queridos están muertos o en el exilio. Con ella camina por el parque de Monteroles, escenario de Aloma, novela con fuerte carga autobiográfica. La conexión con Montserrat Roig llega hasta el punto de que Rodoreda asegura a Lluís Bonada (1975), que es a la joven escritora catalana que ve con mayores posibilidades.

El amplio abanico de entrevistas que ofrece el libro (recoge dos televisadas, la del programa A fondo, de Joaquín Soler Serrano, a quien estuvo dos años dando largas porque le daba pánico aparecer en televisión, y una póstuma para TV3, con Mercè Vilaret) permite al lector de Rodoreda conocer más a fondo a esta personalidad frágil (o quizá no tanto) que supo plasmar, como nadie, la ingenuidad y el desengaño en la ficción catalana de posguerra.