blog de Rebeca Martín Gil

domingo, 25 de diciembre de 2016

Relato - Autobús interurbano


Seis y trece en la parada del autobús. Lleva tres minutos de retraso. Diez grados y un viento frío y seco de estridente despertador.
El chico joven del polígono, el treintañero desaliñado y un viajero nuevo: alto, delgado, cincuentón, con una barba de dos días, que pregunta al conductor que si entre semana pasa siempre a la misma hora.
Dos semáforos más tarde, ya hemos dejado el pueblo. Algunos dormitan contra los cristales, hacia la negra noche; unos leen la prensa seria; los más, hojean la deportiva.
Yo estoy hoy más despierta que nunca, y es que los reproches ayudan a madrugar y a no conciliar el sueño.
Entramos en el pueblo vecino. Otro semáforo.
Así que nos tocará empezar a buscar piso, a ir de nuevo, como los caracoles, con la casa a cuestas.
Suben dos más: hombre y mujer, y se apean, a cambio, otra mujer y el hombre del abrigo amarillo y la visera. Todavía no me he peinado.
No voy a mendigar porque tú pagues un alquiler barato.
Estuve deprimido por tu culpa.
No deberías haberte marchado nunca de casa de tu madre.
Nos pusiste las cosas muy difíciles.
Lunes. El tedio de la semana empieza en la plaza asfaltada, en la marquesina a oscuras de la carretera.
Las luces de la cementera, impertérrita, incrustada en la montaña, observan el lento despertar en el llano.
Se apea el joven del polígono, siempre en chándal y con mochila. Cuando hay puente no coge el autobús.
¿Qué es un precio simbólico?
Una patada en el culo (o una coz, que es lo que dan los burros) es gratis, pero luego nadie te da las gracias.
Nueva parada: ahora le toca al treintañero desaliñado. Un hombre de pelo cano y camisa rojiza le hace el relevo.
No sé para qué estudias.
¿No ibas a comerte el mundo?, pues mira dónde has acabado. 
Esos comentarios nunca son en tono despectivo, nunca escupes por llevar una vida que a ti no te parece digna.
A estas horas vamos solos por la carretera.
Antes de abandonar el polígono, sube una mujer escandalosa, andaluza, a punto de jubilarse ya, con el pelo teñido, y siempre los pendientes plateados. De aquí a diez minutos, desde el último asiento del autobús, le oiré decir algo al conductor. Mientras pienso esto, le oigo preguntar algo a la pasajera que va detrás.
Hoy no ha venido la señora María, mañana contará que perdió el autobús, que se quedó dormida y la tuvo que llevar al trabajo su marido.
Otro pueblo: el de los mil badenes y las luces apagadas de Navidad.  Nueva parada: baja uno y suben cinco. La amiga de la señora María tampoco ha venido hoy, y parece como que el autobús, aliviado, respira. Sí se ha subido la joven peluquera, con bufanda rosa, mujer atlética que madruga para entrar al gimnasio a las siete de la mañana, antes de enfrascarse en tintes y permanentes.
Nueva parada: bajan dos y suben siete. Parece que hemos dejado atrás el último badén y el autobús puede empezar a coger velocidad.
Una furgoneta en doble fila.
Suben dos más.
A mi lado, lee el periódico deportivo un hombre que huele mal. Sorbe con la nariz. Cincuentón, de sport, con una mochila y zapatos de color beige.
Otra parada, suben dos mujeres y dejamos atrás este pueblo.
Ahora llegan las rotondas y el paseo con el tranvía. La carretera está iluminada.
Nueva parada, se incorpora al trayecto un hombre de jersey negro.
A nuestra izquierda, concesionarios de coches y, a ambos lados, gasolineras.
Nueva parada: bajan dos hombres y sube una mujer de pelo corto y abrigo claro. Sonríe y saluda con la cabeza a algunos de los que ve cada día, a la misma hora, en el mismo sitio, aunque no sepa dónde viven ni cómo se llaman.
Última rotonda, o glorieta. Hemos dejado atrás el último pueblo antes de la gran ciudad.
Nueve grados en el termómetro del Hesperia. Son las seis y cuarenta y dos.
Autovía. No se puede ir a más de 80, y ya parece que a estas horas se vaya a congestionar de un momento a otro la entrada a la ciudad. Paneles publicitarios de bebidas alcohólicas, el viento que azota fuerte y bandea el verde autobús. Me quedan todavía veintiocho viajes en la tarjeta, creo, quizás sean veintisiete. Hoy es día de cobro. Lo haré mañana, o pasado.
Ya estamos en la ciudad. Club de tenis y zona universitaria.
Muchas luces y muchos paneles publicitarios, iluminados todos. Me bajo en la penúltima, pero todavía tendré que peinarme. Aprovecho ahora para hacerlo. Mientras, se han bajado dos. En la ciudad, ya no se sube nadie.
Repeinarme y taparme las ojeras. Se han bajado una docena por lo menos.
Se apean ahora la peluquera deportista y el hombre del olor fuerte. Parada en el centro comercial. Hay motos caídas en la acera por el fuerte viento.
Ya la próxima es la mía, luego caminar cinco minutos hasta el bar y el primer café, rematando el crucigrama y esperando a ver si llega el compañero de ojos calmos y empezar serena el día.
Brillo de labios y polvo en las mejillas. Hoy ya empieza la campaña de Navidad. Promete ser una mañana dura. La mujer del pelo teñido solicita la parada y mira, ansiosa, el reloj. Hoy vamos con algo de retraso; regreso de puente, parece que los conductores lo han alargado hasta ahora, lunes por la mañana.
Mi parada. Son las seis y cuarenta y ocho. Se queda el chófer solo con dos pasajeros. Arranca ya la rutina semanal, de siete y media a tres y cabezadas en el autobús.
¿A qué aspiras tú en la vida?
A tener tiempo libre para leer y para escribir. Y eso, te moleste o no, es lo que hago.


jueves, 24 de noviembre de 2016

Violencia de género

Hoy, 25 de noviembre, es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia de Género.

La violencia de género ha formado parte de la historia de la literatura castellana, desde ejemplos tan tempranos como la afrenta de Corpes. 


En el Siglo de Oro, Lope de Vega (1562-1635), en su comedia El perro del hortelano, pone en boca de Tristán, el gracioso, los siguientes versos:
                        “Bien te puedo
                        responder lo que responden
las malcasadas, en viendo
cardenales en su cara
del mojicón de los celos:
rodé por las escaleras.”
Que sea el gracioso quien los pronuncie deja lugar a que el público se ría de una situación que para nada es cómica. En estos versos, la mujer esconde lo que saben quienes la rodean, que ha sido agredida. No queda claro si miente por sentirse culpable o para proteger al marido.



Precisamente en la figura del marido se centra el título de un poema de la extremeña Carolina Coronado (1820-1911), “El marido verdugo”. La poeta romántica describe a los hombres maltratadores como “feroces dañinas alimañas”. De humanos solo tienen la forma, el revestimiento. Coronado se burla de su aparente valentía: “las gloriosas hazañas del valiente” y, seguidamente, explica cómo el hombre agrede a su mujer apretándole el cuello, tirándole de los cabellos, causándole moratones en la piel… Termina comparando a la mujer con un “lirio suave y delicado” y a su maltratador con un “áspero cardo”, lamentando que ella pierda al lado de un marido cruel su belleza y juventud.


Mucho más reciente (2016) y con clara vocación de denuncia es la antología del Ayuntamiento de Salamanca No resignación, recopilada por Alfredo Pérez Alencart. 

miércoles, 9 de noviembre de 2016

El equipaje del náufrago - Francisco García Marquina




Francisco García Marquina obtuvo el Premio Blas de Otero (2003) por el poemario El equipaje del náufrago. Observamos en esta obra dos ejes temáticos: por un lado, la nostalgia y los efectos del paso del tiempo, con una constante interacción entre el pasado y el presente; por otro, la visión del yo como alguien ajeno.
Como un nuevo Ulises, García Marquina habla de un lapso de veinte años en dos de sus poemas, “Llamada en Navidad” y “Estación central”, recordando un amor adolescente. En “Antepasados” habla con los protagonistas de unos retratos y se detiene en una mujer, interpretando en la mirada del lienzo un grito de auxilio, la necesidad de ser amada.
También la niñez aparece en estas páginas. Describe a un compañero de estudios, obligado a regresar a su pueblo, muerto en la rueda de un molino, en “Retrato de un joven estudiante”. En “Noche de Reyes”, asistimos al desgarro de conocer cómo algo en lo que él creía resultó ser falso.
El yo como alguien ajeno irrumpe en poemas como “D.N.I.”, donde parece no poder controlar su propia vida: “Caducaré en la fecha en que se indica”. En “Triste epitafio alegre” vemos una concepción cíclica de la vida y la muerte, así como el sereno acercamiento del poeta a Dios, y leemos: “y también a la muerte le llegará la muerte”.
En el poema “El equipaje del náufrago”, leemos cómo el poeta hace repaso de su vida, de lo que quedará cuando se vaya, de las cosas que ha dejado escapar:

“Poca cosecha para tanto esfuerzo
¿qué fue la vida? Verte
pasar y regresar
para volver a irte.
Y llenar en la plaza una cesta de ruidos y colores
para hacerme la ausencia soportable.”

jueves, 1 de septiembre de 2016

La isla de San Borondón - Julio Salvatierra



El dramaturgo granadino Julio Salvatierra se basa en la leyenda de la isla de San Borondón, según la cual hay una isla canaria que aparece y desaparece, para construir una fábula teatral para niños. De hecho, la obra (2008) está dedicada a su sobrina Claudia.

Claudia es el personaje principal de esta pieza, junto a su abuelo Cecilio. Salvatierra mezcla estos dos personajes humanos, representantes de sus respectivas generaciones, con seres fantásticos, pertenecientes al mundo de la isla y con ecos de Alicia en el país de las Maravillas.

El abuelo es un pescador solitario que se resiste a adaptarse a los nuevos tiempos y su nieta se aburre pescando con él; apiadándose de los peces que su abuelo consigue, los lanza de nuevo al mar. Claudia es una niña sin amigos en el colegio. La madre únicamente aparece como voz en off, gritando, con prisa. Es una madre soltera, anclada en el mundo real, que trabaja mucho y que debe dejar a la niña con el abuelo.


Claudia asegura tener un amigo en San Borondón y su abuelo Cecilio le replica que eso no es más que una leyenda.  De modo que Claudia se ve obligada a llevarla a San Borondón y que él conozca esos seres fantásticas con que ella ha tratado. El personaje de Idaira, un drago sabio, afirma en la obra: “Los que nos visitáis venís solo de paso. San Borondón es un sueño que existe mientras estáis aquí, y luego se desvanece hasta que lo necesitáis de nuevo.” La isla se convierte, en el viaje que emprenden juntos nieta y abuelo, en ese lugar ficticio que necesitan que les acoja para huir de un mundo que les es extraño, hostil. 

lunes, 29 de agosto de 2016

Poema - Telebasura (1)


La fugaz amante de un futbolista inglés
se lamentaba, indignada, de que ahí
los museos cerraban demasiado pronto.
Los tertulianos trataban de corregirla: 
"querrás decir las discotecas".
Ella, sin embargo, con su mirada lánguida,
mantenía que no, que los museos,
como el British, la Tate...

lunes, 22 de agosto de 2016

Mapa de Grecia - Enrique Badosa



Con Mapa de Grecia (1979), Enrique Badosa (Barcelona, 1927) se acerca a Grecia como lo hicieron los románticos en el pasado o como lo ha hecho recientemente Blanca Andreu, en Los archivos griegos. Podemos incluir a Badosa en lo que parece haberse convertido en un subgénero lírico, los poemarios de viajes: hemos mencionado a Grecia, pero leemos otros destinos como Nueva York en García Lorca o en José Hierro. Son viajes, en todo caso, que trascienden más allá de la geografía, y se convierten, además, en viajes espirituales.  

El poemario de Badosa se construye sobre los pilares de la luz, el color azul, el atardecer, y el viento (especialmente el meltemi).
Mapa de Grecia empieza con un poema que marca los límites del país para situarnos en la cartografía que configura el poemario. Badosa nos habla, y lo hace en segunda persona del singular, de la arquitectura, la política, la filosofía, la mitología, el teatro, el deporte… de la Antigua Grecia, mezclándolos con la Grecia que él visita, la Grecia por la que él conduce, deteniéndose en grandes nombres de la literatura (como Kazantzakis o Ritsos), del cine (Merkóuri, “Su olor es de dejar el pelo suelto / al viento más azul”) o de la música (Farandouri), muchos de ellos también activistas políticos. No solo aparecen personajes conocidos, sino héroes anónimos, como el capitán del que afirma “y con él yo me libro del naufragio / de pasar largo tiempo en tierra firme”.
Retoma el mito de Ulises para, dirigiéndose a él, señalarle que los verdaderos peligros están en casa, en lo cotidiano, recomendándole que se olvide de regresar a Ítaca.
Este viaje a Grecia lo realiza acompañado por una amada, real o ficticia, a la que alude vagamente, en actividades de descanso como tomar el sol o cenar en un restaurante.
Cierra el poemario con un poema hiperbólico, ensalzando las virtudes de la tierra sobre la que ha estado escribiendo durante casi un año, de diciembre de 1976 a diciembre de 1977. 

martes, 5 de enero de 2016

El almezo y el ciprés


En Versos humanos (1925), Gerardo Diego inmortalizó El ciprés de Silos, en un soneto dedicado al hispanista Ángel del Río. El cordobés Ricardo Molina, impulsor de la revista Cántico, escribió una silva libre, Vida callada (en Elegía de Medina Azahara, 1957), donde el protagonista es el almezo. Es posible que Ricardo Molina se inspirara en el soneto de Gerardo Diego, aunque lo que sí está claro es que ambos se conocieron, e incluso el andaluz pidió a Gerardo Diego, en un concurso literario en que éste formaba parte del jurado, que le ayudara a “conquistar el premio”.  

Los dos poemas giran en torno a dos árboles distintos. El almezo es un árbol caducifolio que suele aparecer aislado y que puede alcanzar los catorce  metros de altura. El ciprés es un árbol perenne, de extraordinaria longevidad, asociado a la inmortalidad.

En ambos poemas vemos la soledad del poeta frente al árbol. “Mi alma sin dueño” de Gerardo Diego se corresponde con “mi tristeza”, “mi vida” y “mi corazón” del cordobés. El “ascender como tú” y el “chorro que a las estrellas casi alcanza” del santanderino se aproximan al “eleva entre tus ramas plañideras / mi corazón callado hasta la luna” de Ricardo Molina, coincidiendo ambos en incluir conceptos relacionados con la noche y el cielo. La vida del poeta andaluz se define con una “vana imagen / que huye como el agua”, y el elemento acuático aparece también en “riberas del Arlanza” del ciprés de Silos. En ambos poemas se hace hincapié en el presente: "esta hora", "ahora", en el caso del almezo y "hoy" en el soneto de Gerardo Diego. Por último, los dos árboles se presentan, a diferencia de los hombres, como silenciosos, "vida callada" en Ricardo Molina y "mudo ciprés" en el caso de Gerardo Diego, quizá intentando ambos reflejar la dificultad de expresar su soledad frente a unos árboles que no pueden responder a sus palabras y, aun así, logran calmarlos.