En Versos humanos (1925),
Gerardo Diego inmortalizó El ciprés de
Silos, en un soneto dedicado al hispanista Ángel del Río. El cordobés
Ricardo Molina, impulsor de la revista Cántico,
escribió una silva libre, Vida callada
(en Elegía de Medina Azahara, 1957),
donde el protagonista es el almezo. Es posible que Ricardo Molina se inspirara en el soneto de Gerardo Diego, aunque lo que sí está claro es que ambos se conocieron, e incluso el
andaluz pidió a Gerardo Diego, en un concurso literario en que éste formaba
parte del jurado, que le ayudara a “conquistar el premio”.
Los dos poemas giran en torno a dos árboles distintos. El almezo es un árbol caducifolio que suele aparecer aislado
y que puede alcanzar los catorce metros
de altura. El ciprés es un árbol perenne, de extraordinaria longevidad,
asociado a la inmortalidad.
En ambos poemas vemos la soledad del poeta frente al árbol. “Mi
alma sin dueño” de Gerardo Diego se corresponde con “mi tristeza”, “mi vida” y “mi
corazón” del cordobés. El “ascender como tú” y el “chorro que a las estrellas
casi alcanza” del santanderino se aproximan al “eleva entre tus ramas
plañideras / mi corazón callado hasta la luna” de Ricardo Molina, coincidiendo ambos en incluir conceptos relacionados con la noche y el cielo. La vida del
poeta andaluz se define con una “vana imagen / que huye como el agua”, y el elemento
acuático aparece también en “riberas del Arlanza” del ciprés de Silos. En ambos poemas se hace hincapié en el presente: "esta hora", "ahora", en el caso del almezo y "hoy" en el soneto de Gerardo Diego. Por último, los dos árboles se presentan, a diferencia de los hombres, como silenciosos, "vida callada" en Ricardo Molina y "mudo ciprés" en el caso de Gerardo Diego, quizá intentando ambos reflejar la dificultad de expresar su soledad frente a unos árboles que no pueden responder a sus palabras y, aun así, logran calmarlos.