Ernesto Pérez Zúñiga dedica, entre otros, este libro a
Carlos García Gual, “que me impulsó a regresar a la épica”. Efectivamente, nos
encontramos ante un “nostoi”, un poema épico de regreso, si bien aquí los
héroes no regresan de la guerra de Troya, sino que son dos españoles vencidos
en la Guerra Civil que vuelven en 1944 desde el exilio.
Por un lado, está Manuel Juanmaría, anarquista andaluz, que, como Ulises, vuelve a su tierra para recuperar a su mujer (Ángeles) y su hija (Beatriz). Sin embargo, Ángeles
no ha estado este tiempo tejiendo a la espera; tampoco ha sido deliberadamente
infiel, como la esposa de Agamenón, sino que se ha visto obligada a juntarse
con el terrateniente Cañoncito Pum, al que no ama, viviendo con este, su madre
y su hermosa hija. Por otro, Ramón Montenegro, navarro, hijo de carlista, que se enfrenta a unos
padres muertos en su tierra natal. De hecho, al encontrar los huesos de su padre decide enterrarlos junto a los de su madre, y Ramón lleva estos huesos en un saco
durante todo el viaje, esperando el momento propicio.
La novela está llena de guiños literarios: a Cervantes (novela
itinerante y circular), a Valle-Inclán (en la figura de Montenegro), a Zorrilla
(el enamorado de la hija de Cañoncito Pum es un torero llamado “el Tenorio”), a
la Biblia (salmos), a Bécquer y a Dante (en el nombre de la pequeña Beatriz)… E
incluye personajes reales como el novelista y dramaturgo Max Aub.
No cantaremos en
tierra de extraños nos permite acceder, a través de sus voces, a los
pensamientos y obsesiones de cada personaje. Se trata de un brillante alegato al amor y a
la lucha por lo que uno cree, con pequeñas pinceladas de humor.