El
asturiano Emilio Sola se refiere a sí mismo como “profesor, escritor y
extabernero”. Obtuvo el Premio Café Gijón de novela en 1984 por Los hijos del agobio. Previamente, había
sido accésit del Adonáis de poesía por La
isla.
A raíz
de una visita a Italia en 2002, escribió un poema sobre sus calles que ha
editado Ochoa y Lanza recientemente, Viaje a Nápoles. En él describe las calles de la ciudad italiana, y, sobre todo,
sus muros y las palabras que en ellos se apoyan, integrando el habla coloquial,
la expresión popular, en sus versos. Mientras los transeúntes pasan de largo,
Sola se detiene a contemplar las luces y las sombras de Nápoles a primera hora
de la tarde, sus pobladores (mendigos, “jipis”, niños que regresan de la
escuela, vendedores ambulantes negros), el altar a Maradona… La ciudad se
integra en el poeta, pasa a formar parte de él, y en sus diálogos con el sol
que va y viene reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre las palabras, sobre
la belleza, sobre la vida en general:
“Y uno piensa. Aún. Que no importa si ya no vuelve
pues ha sido tanto aquí que no importa. Risas.
La plaza en sombra. Hay que moverse. Ir. Seguir. Tal vez
no volver.”