blog de Rebeca Martín Gil

viernes, 31 de enero de 2014

Blanca Andreu


Poeta (así, género epiceno) gallega, con poco más de 20 años obtuvo el prestigioso Premio Adonáis por De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, con un jurado compuesto por Claudio Rodríguez y García Nieto. Se trataba de un libro atormentado, rebelde, con una presencia constante de todo tipo de drogas y venenos. En esta obra surrealista destaca la abundancia del mundo vegetal y animal, como en Vicente Aleixandre. Se trata de versos sin duda desgarradores:
“y la poesía huye de mí como de una frase acabada”
“sé bien que galoparé en negro”
“bebo mis venas que se adormecen para querer morir”
Blanca Andreu reunió su primer poemario, junto con los dos siguientes (Báculo de Babel y Capitán Elphinstone) en El sueño oscuro, en 1994, con cubierta de su difunto marido, Juan Benet.

Regresó a la poesía con La tierra transparente (Premio Laureà Mela 2001), definido por ella misma como “un conjunto de pequeños libros”. Destacamos la parte de Libro de Juan: “fuiste la soledad donde nací”, así como el poema dedicado a Vicente Ferrer: “salí de la fosa profunda / empujando la losa de mi soledad”. Termina apelando al lector, a los lectores: “Sobre los blancos matorrales / también vosotros / morís de amor”.

De nuevo, unos años de silencio, para volver a la escena poética en 2010 con Los archivos griegos, poemario escrito en Grecia, en la isla de Paros. De nuevo está presente Vicente Ferrer. Se trata de una obra serena, con un tono muy alejado al de los años ochenta, como atestiguan estos versos de “La copa blanca”: “Me he preguntado muchas veces por qué llevo Grecia en el alma / y cuánta gente guarda una Grecia atesorada en su interior”. Destaca también “El amante pide a su amado reconocimiento”, donde reconstruyen el diálogo entre el amante y el amado del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Los archivos griegos es un poemario sereno, que supone una reconciliación con su pasado, con su infancia, por cuya ventana mira en “Ecos”, y con un padre al que describe como “aquel hombre que no perdió su infancia”.


viernes, 17 de enero de 2014

Relato - Las plantas


La mujer descalza regaba las plantas con una manguera mientras canturreaba una canción popular. Loca, te llaman loca. Lo que tú quieras, pero tú has nacido cansado, y mejor que no sepas lo que se va diciendo por ahí de ti. Si no fuera por mí, las plantas se morirían. Y se morirán, pero podridas, ¿no te das cuenta de que las estás ahogando? Como te ahogas tú en la cama en el primer minuto. El marido rabioso callaba y miraba alrededor, cerciorándose de que el empleado no hubiera oído la humillación. Tenemos que irnos, debemos cerrar, se nos hace tarde, me estoy muriendo de hambre.¡Pues te haces un bocadillo! Seguía regando, y el agua escupía la tierra al suelo, y la mujer descalza pisaba barro, y con una mano sujetaba la manguera y con la otra se subía el pantalón mientras resoplaba sobre la inactividad del marido. El cuarentón barrigudo se desesperaba observando que de nuevo les habían estafado, que la última obra había resultado ser una chapuza, que el agua no iba a la calle sino que se le metía en el parking, pero se consoló intentando recordar en vano, porque no la había habido, una riada en la zona durante los últimos diez años. No se les inundaría el negocio. La mujer seguía absorta, su mundo era entonces ella y las plantas, y el trabajador imperturbable esperaba paciente en el coche, sin decir nada, con la puerta abierta, mirando el reloj porque su hora de salir ya había pasado, que acabara el espectáculo. El barrigudo tomó del codo a la mujer descalza con un “vámonos, el chico tiene que comer”, y con gran esfuerzo físico retiraba las plantas que impedían la salida del vehículo. El chorro de la manguera apuntaba ahora a los pies llenos de barro de la mujer que se calzaba a desgana, y cuyo canto había sido interrumpido de repente. El coche salió del aparcamiento, pasando sobre un charco, y el trabajador lamentó haberse levantado media hora antes para lavarlo.

(relato publicado en la revista Groenlandia)

jueves, 9 de enero de 2014

Un asunto sentimental - Jorge Eduardo Benavides


Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, Perú, 1964), en Un asunto sentimental, mezcla realidad y ficción a través de los personajes del narrador, alter ego del autor, escritor peruano residente en el Madrid de los Austrias, y Albert Cremades, novelista afincado en el Barrio Gótico de Barcelona. 
Coinciden en Venecia, en una novela en que el lector va saltando de ciudad en ciudad, acompañando al narrador en sus pesquisas en torno a una confidencia que le hizo Cremades y en torno a Dinorah Manssur, una traductora de quien anda enamorado.
Trata también el tema del terrorismo, del Sendero Luminoso en Perú y del islámico en Madrid, ofreciendo un punto de vista distinto al de Ben Lerner en Al salir de la estación de Atocha, cuyo protagonista era también un extranjero residente en Madrid cuando estallaron las bombas. 
Benavides juega con la autoficción y nos ofrece un fondo repleto de escritores españoles y peruanos en una novela que plantea los distintos derroteros de la inspiración literaria. 

jueves, 2 de enero de 2014

Relato - Identidad

Estás acabando de fregar los platos y tu marido te dice, cuando le pides que te alcance la sartén, que esta tarde veréis a Jacinto y a Aurora.
***
Mientras repasas la cartelera, un codazo y la voz de tu cónyuge:
-          Mira, ahí está.
Levantas los ojos. ¿Ahí está, quién? Porque no distingues los rasgos, porque tiene el pelo al uno, porque puede parecerse tanto a Jacinto como a Aurora y, sin embargo, para ti no es ninguno de ellos. Se va acercando y miras a tu marido buscando confirmación. Él parece estar como siempre. El recién llegado se sienta con vosotros y, sin levantar la mirada de la tinta negra, planteas:
-          ¿Dónde está tu otra mitad?
-          En casa, limpiando.
Eso no ayuda nada. Está en la silla de al lado, a menos de un metro, y eres incapaz siquiera de afirmar si es hombre o mujer. A ratos dirías que se parece a Jacinto, y en otros momentos asegurarías que se trata de Aurora. 
-          La otra noche se despertó llorando, sin saber por qué.
Crees que habla de ti, de hace dos madrugadas, en que lloraste sin consuelo, a pulmón partido, mientras tu marido, indiferente, ajeno a todo, roncaba. Como ahora, ¿dónde está su angustia?, ¿dónde esa complicidad cuando quieres confesarle a gritos que no sabes quién os acompaña en la mesa? Tu parte del colchón agitada, tormenta que no acababa de llegar a la otra orilla.
-          Decía que no sabía quién era, quiénes éramos –explica Jacinto o Aurora.
Observas tus manos, tampoco ahí sabrías distinguir. ¿Tuyas o de otro? Con el dedo índice palpas en la barbilla una cicatriz que siempre te ha acompañado. Asientes, quieres añadir que comprendes sus inseguridades, que también a ti te está pasando.

-          Pobre –es lo que murmuras mientras el camarero os sirve los cafés.