Con Mapa de Grecia (1979), Enrique Badosa (Barcelona, 1927) se
acerca a Grecia como lo hicieron los románticos en el pasado o como lo ha
hecho recientemente Blanca Andreu, en Los archivos griegos. Podemos
incluir a Badosa en lo que parece haberse convertido en un subgénero lírico,
los poemarios de viajes: hemos mencionado a Grecia, pero leemos otros destinos
como Nueva York en García Lorca o en José Hierro. Son viajes, en todo caso, que
trascienden más allá de la geografía, y se convierten, además, en viajes
espirituales.
El poemario de Badosa se construye sobre
los pilares de la luz, el color azul, el atardecer, y el viento (especialmente
el meltemi).
Mapa de Grecia empieza con un poema que marca los límites del país para situarnos en
la cartografía que configura el poemario. Badosa nos habla, y lo hace en
segunda persona del singular, de la arquitectura, la política, la filosofía, la
mitología, el teatro, el deporte… de la Antigua Grecia, mezclándolos con la
Grecia que él visita, la Grecia por la que él conduce, deteniéndose en grandes
nombres de la literatura (como Kazantzakis o Ritsos), del cine (Merkóuri, “Su
olor es de dejar el pelo suelto / al viento más azul”) o de la música
(Farandouri), muchos de ellos también activistas políticos. No solo aparecen
personajes conocidos, sino héroes anónimos, como el capitán del que afirma “y
con él yo me libro del naufragio / de pasar largo tiempo en tierra firme”.
Retoma el mito de Ulises para,
dirigiéndose a él, señalarle que los verdaderos peligros están en casa, en lo
cotidiano, recomendándole que se olvide de regresar a Ítaca.
Este viaje a Grecia lo realiza acompañado
por una amada, real o ficticia, a la que alude vagamente, en actividades de
descanso como tomar el sol o cenar en un restaurante.
Cierra el poemario con un poema
hiperbólico, ensalzando las virtudes de la tierra sobre la que ha estado
escribiendo durante casi un año, de diciembre de 1976 a diciembre de
1977.
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