blog de Rebeca Martín Gil

jueves, 14 de noviembre de 2013

Fernando Arrabal




Nacido en Melilla en 1932 y exiliado en París desde 1955, las tres obras que recoge este libro son una muestra de su primer teatro. Más allá de su famoso y televisado "mineralismo", Arrabal es sin duda uno de los más brillantes dramaturgos de nuestra época. 
Pic-Nic, o Los soldados, es una brevísima y hermosa pieza que nos presenta a dos soldados, Zapo y Zepo, de ejércitos rivales, que solo se distinguen el uno del otro por la vocal que cambia en sus nombres y por los colores de su vestimenta. Tienen los mismos miedos y la misma soledad en el campo de batalla. A uno de ellos le han ido a visitar sus padres, con comida para merendar, para pasar una tarde familiar en la naturaleza, como si la guerra no les rodeara. Brillante alegato contra el absurdo de la guerra, comparable por su impacto a Sin novedad en el frente de Remarque.
El triciclo es más cruel. Aparecen en escena unos seres marginales, cuyo medio de vida es un triciclo en el que transportan a niños. Apal, siempre durmiendo, es un personaje apático; su compañero Climando, en cambio, se muestra preocupado por el pago del alquiler de su medio de trabajo. La compañera de este último, Mita, propone una alternativa para escapar del sistema: el suicidio. La solución la encuentran cuando aparece un personaje lleno de billetes. Es Apal quien propone su particular final feliz: matarle para quedarse con sus billetes.
El laberinto se concibió como un homenaje al padre del autor, militar leal a la República cuando la sublevación franquista, que pagó con su libertad primero, con su salud mental después y por último con su vida, su fidelidad al sistema vigente. Desapareció una noche fría de invierno, en pijama, en un sanatorio mental de Burgos donde estaba recluido. No se volvió a saber de él. No solo homenajea a su padre, sino a Kafka y a su novela América. Vemos dos personajes atados entre sí y a una taza de wáter. El primer personaje quiere y logra huir, encontrándose entre un laberinto infinito de mantas tendidas, siendo incapaz de encontrar la salida. El segundo, más débil, se suicida con la cadena que le une a la taza de wáter. Si en la primera obra vemos el sinsentido de la guerra, en esta asistimos al despropósito de los totalitarismos y sus peculiares sistemas de justicia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario